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"La grieta", instalación de la artista colombiana Doris Salcedo.

jueves, 29 de septiembre de 2016

VEINTIUNO


   El arquitecto Casares apareció por la obra pasado el mediodía. Quique lo vio gambetear pilas de escombros y acercarse al sector donde los obreros estaban tomando mate. Reconoció en su colega esa expresión de falsa normalidad con que acostumbraba enfrentar las crisis e imaginó que, por debajo de esa máscara neutra, debían estar repiqueteando las clásicas  palabras de Bevilacqua: “¡Andá y arreglame ese quilombo… YA!”, Por un segundo, tuvo la insustancial esperanza de que Casares se diera cuenta de todo con sólo verlo, pero el otro pasó de largo sin registrarlo. ¡Si pudiera captar su atención de alguna forma! Describiéndole, por ejemplo, cómo estaba decorada su oficina, o recitándole el nombre de sus tres hijas, o...  

    Alguien apagó la radio y, con ella, el monólogo silencioso e inútil de Quique. “¿Qué pasa, muchachos?”, preguntó Casares en tono paternal, como si en verdad no lo supiera. Todos los obreros miraron a Juan Domingo, y Quique se sintió compelido a hablar. Tratando de sonar convincente para no generar sospechas, explicó: a) que los compañeros estaban descontentos porque la empresa no había depositado la suma que había prometido, b) que los compañeros estaban preocupados porque la empresa no había hecho efectiva la indemnización a favor de los compañeros accidentados en la obra del hotel, y c) que los compañeros estaban inquietos porque se rumoreaba que, por dificultades financieras, la empresa planeaba inminentes despidos. Con tono calmo pero firme, Casares replicó: a) que como todos ellos sabían, la economía del país estaba atravesando una situación crítica y la empresa no era ajena a dicho contexto, b) que era necesario tener un poco de paciencia, y c) que justamente en un contexto semejante, ellos como empleados tenían que actuar con inteligencia, priorizar la preservación de su fuente de trabajo y no arriesgar su futuro laboral inmediato formulando reclamos que eran indiscutiblemente legítimos pero que, por el momento, resultaban inviables.

    A Quique le pareció una intervención admirable. ¡Eso era ponerse la camiseta de la empresa! Uno de los obreros más jóvenes soltó una vehemente protesta y los otros volvieron a mirar a Juan Domingo. Tras un momento de zozobra, Quique resolvió echar mano, una vez más, al recuerdo del acto de la tarde anterior: “Usted nos pide paciencia, arquitecto, pero la inflación es un cáncer que se va comiendo el salario del pueblo trabajador”. Sus palabras despertaron un murmullo general de aprobación.

   Casares se fue dejando tras de sí la vidriosa promesa de interceder ante Bevilacqua. Todos los albañiles felicitaron a Juan Domingo por su vibrante alocución. Hasta Yarará abandonó por un instante su reciedumbre habitual y le dijo, casi conmovido:

   -¡Muy bien, Juan! ¡Así habla un auténtico peronista, carajo!

 

CONTINUARÁ

martes, 27 de septiembre de 2016

VEINTE


   Como un ruido secundario que, en cuestión de segundos, va arrastrando hacia sí la atención general hasta transformarse en el sonido predominante del lugar, un murmullo empezó a crecer por toda la obra, elevándose incluso por encima de las estridencias de la cumbia vomitada a todo volumen por la radio.  “¡Cortamos!”, era el grito repetido, tras el cual llegaba la novedad y sus sucesivas confirmaciones: la empresa no había depositado el dinero prometido y, por lo tanto, se suspendían las tareas en señal de protesta. Permanecerían en la obra hasta que algún referente de la patronal se dignara a aparecer para dar explicaciones.

   Preocupado, el Chino adivinó que, a causa de sus insólitas lagunas mentales, Juan Domingo no estaba entendiendo del todo lo que pasaba. Solidario, se apresuró a explicarle por lo bajo que ese día la constructora tenía que pagarle un retroactivo a todo el personal y, además, pagarle la indemnización a los dos albañiles a los que se les había venido abajo el andamio en la obra del hotel.

   “Zárate y Velázquez”, pensó Quique. ¿Cómo no recordar esos apellidos, si él era el arquitecto que estaba a cargo de la obra? ¿Cómo no recordarlos, si él se había reunido más de una vez con García Sangenis, el abogado de la empresa, para solucionar ese asunto de la manera menos gravosa para los intereses de la constructora y los suyos? ¿Cómo no recordarlos, si García Sangenis y Bevilacqua habían sido los artífices de esta estrategia dilatoria destinada a embarrar la cancha? ¡Y ahora esta manga de imprudentes que lo rodeaba pretendía hacerle una huelga a la empresa! Evidentemente, no sabían con quién se estaban metiendo. Bevilacqua era capaz de echarlos a todos juntos de un plumazo sin que le temblara el pulso. ¡Y los muy tarados venían y se lo contaban a él (¿por qué a él?) como si fuera la gran cosa!

   Incómodo por la situación y por la mirada expectante del Chino, Quique sintió que tenía que decirle algo.

   -¿Pero ustedes están seguros de que esto va a servir de algo? –preguntó pensando en voz alta.

   Como si recién en ese momento comprendiera los reales alcances del mal que aquejaba a su compañero, la cara del Chino se llenó de aflicción.

   -Pero Juan...  -murmuró- el que tuvo la idea de la huelga fuiste vos. ¿Tampoco de eso te acordás?

 

CONTINUARÁ

jueves, 22 de septiembre de 2016

DIECINUEVE


    Antes de subirse a la Gilera, le escribió un whatsapp al Chino, preguntándole la dirección de la obra. Sabía que hacerlo implicaba exponerse a preguntas molestas y suposiciones equívocas, pero no encontró otra estrategia más efectiva que esa para saber adónde debía ir. Le salió bien. Después de tolerar un par de previsibles comentarios maliciosos, consiguió el dato buscado: se trataba de unos locales comerciales ubicados cerca del puerto. El proyecto no era de los suyos, sino uno de Casares. De todos modos, lo conocía muy bien; incluso había estado presente cuando Bevilacqua le había dado el visto bueno. 

   Llegó justo cuando los obreros empezaban a entrar. ¿Cuál de esos diez o doce tipos que lo saludaban sería el Chino? No pudo saberlo. De lo que no tuvo ninguna duda, fue acerca de cuál de ellos era Yarará: un petiso de bigotes con una cara temible de villano secundario en película de Jackie Chan que, de entrada nomás, lo abarajó rugiéndole incendios por su ausencia sin aviso del día anterior. Desacostumbrado a ese tipo de trato en ámbitos laborales, Quique no recordaba haber recibido un reto semejante desde los tiempos en que su ex lo celaba –no sin fundamento- con Viviana, una empleada del Colegio de Arquitectos.

   -Ahora andá y agarrá la pala- lo urgió el capataz, señalándole un montículo de arena. No tuvo más remedio que obedecer.

   -¿Sos loco, vos? ¿Cómo vas a faltar así?- le dijo un morocho grandote que se le arrimó apenas Yarará se fue a dar órdenes en otro sector de la obra. Por el tono utilizado, supuso que debía ser el Chino.

   -Ando con un problema de salud que me tiene mal –explicó. -Ayer me desperté y no me acordaba lo que había hecho el día anterior.

   El Chino lo examinó con sorna, sin terminar de creer tan rebuscada excusa.

   -¡Pero eso me pasa a mí cada vez que salgo de joda!

   -No, no, en serio. Estoy preocupado. Tengo una especie de amnesia que todavía me dura. Es una cosa de locos. Hay partes de mi vida que no me puedo acordar.

   Le costó convencerlo de que no era una broma, pero cuando al fin lo consiguió se sintió satisfecho. Blanquear la situación con alguien, aunque fuera sólo a medias, le pareció una buena táctica para empezar a hacer pie en esa realidad novedosa que le resultaba tan desconcertante.

   Estuvo casi una hora cargando y descargando carretillas con arena. La complicidad trabada con el Chino le permitió recabar datos muy útiles para ir conociendo la vida y obra de Juan Domingo Villagra. Lo negativo fue enterarse de que Juan Domingo colaboraba con una murga. Sólo algo le parecía a Quique más deprimente que soportar la actuación de una murga: la aterradora posibilidad de tener que actuar integrando una.

   
CONTINUARÁ

martes, 20 de septiembre de 2016

DIECIOCHO


    En medio del desayuno, Luján sacó de nuevo el tema de las boletas que había que pagar. Quique volvió a plantearle su absoluta falta de liquidez, no sólo para afrontar la luz y el gas, sino para solventar incluso sus gastos personales.

   -¿Pero cómo puede ser que ya no tengas un mango? –rezongó ella y Quique recordó con nostalgia las épocas en que él utilizaba idéntico tono de voz para reprocharle a su ex el uso desmedido que le propinaba a su extensión de la Visa Gold.

   -“La inflación es un cáncer que se va comiendo el salario del pueblo trabajador”- contestó, citando uno de los discursos que había escuchado en la plaza la tarde anterior.

   -¿Qué es salario, papi? –preguntó Cristina.
  
   -Yo le puedo pedir a mi vieja que nos ayude con las boletas –dijo Luján- pero no sé cómo vamos a hacer para tirar hasta la semana que viene.

   -Un lugar donde venden sal, boba- respondió Brian.

   Quique decidió tirarse a la pileta y sacarse la duda.

   -¿Cuándo cobramos los planes? -dijo. -Bah, los planes, o la guita de “Resistiendo con Aguante”, no sé… algo.

   -Más bobo sos vos porque sos más alto –replicó Néstor.

   Luján plasmó una mueca triste con los labios y meneó la cabeza con gravedad.

   -No estamos para chistes, Juan. Está bueno que le pongas onda al asunto pero, la verdad, todo lo que está pasando me tiene muy preocupada.

   .Vos callate, enano cara e’ Macri  –contraatacó Brian.

   No esperaba semejante respuesta. ¿Entonces, no cobraban planes? ¿Y tampoco les pagaban por escribir en contra del gobierno en Facebook? En resumidas cue tas, ¿Juan Domingo y su mujer eran kirchneristas por puro vicio?

   -Brian, cortala -terció Luján. -Agarren las mochilas que nos vamos.

   Descolocado, Quique se apuró a terminar lo que quedaba de su café con leche. Se había enfriado, tanto como sus expectativas de conseguir fondos para reactivar sus finanzas a corto plazo. “El Gobierno estudia nuevas medidas para revertir la recesión”, anunciaron en el noticiero justo antes de que Luján apagara el televisor.

   No le quedó más remedio que pedirle a ella que le diera unos pesos. Su acendrado machismo le hizo sentir un pudor inconmensurable mientras la morocha le pasaba un par de billetes. Su acendrado macrismo, en cambio, le permitió consolarse un poco. Al fin y al cabo, pensó, en términos macroeconómicos era sólo una transferencia de recursos del sector obrero a favor de la clase media.

   Había que sincerar la economía.

 

CONTINUARÁ

jueves, 15 de septiembre de 2016

DIECISIETE


   Despertó sobresaltado, dudando si el grito había sido real o no. La voz inalterada de Luján apurando a los mellizos en el otro dormitorio le permitió inferir que no, que el terror que acababa de experimentar a nivel inconsciente no había dejado rastros en el mundo exterior. Esa certeza,  sin embargo, no bastó para tranquilizarlo. ¿Sería esa, en verdad, la mañana siguiente o estaría condenado a revivir el día anterior una y otra vez, como en la película “El día de la marmota”? Tal como se venían presentando las cosas, hasta las hipótesis más absurdas parecían tener un costado razonable. Verificó la fecha en el celular y comprobó que sí, era otro día.

    Se vistió y fue rápidamente al baño. Cargaba una exigua esperanza, que se diluyó apenas encendió la luz y se miró en el espejo: su condena no se había disuelto con el amanecer. Seguía portando la apariencia de Juan Domingo Villagra.

   Para no repetir la experiencia traumática de la jornada anterior respecto del tema comida, se encaminó a la cocina con el objetivo innegociable de no perderse el desayuno. Néstor y Cristina le brindaron un recibimiento cariñoso. Brian, en cambio, resentido por la negativa de la noche anterior, o quizás sólo por puro malhumor adolescente, apenas si le gruñó un saludo. Luján se mostró sorprendida por el hecho de que su marido cambiara el mate habitual por un café con leche bien sustancioso. “Tengo hambre”, alegó. Y no mentía.

   Cristina le mostró el perro que había dibujado en su cuaderno y Néstor insistió en que le contara otra vez cómo había sido aquel golazo de Messi contra el Getafe. Quique se integró a la charla familiar sólo a medias, un poco porque no sabía cómo encararla sin despertar sospechas; otro poco  porque el noticiero que estaban pasando en la tele capturó su atención. Más concretamente, se le fueron los ojos hacia un zócalo que anunciaba: “Mauricio Macri cada vez más comprometido”. Tratando de esconder su sorpresa, escuchó extrañado lo que decían. ¿Habría pasado algo grave durante la madrugada? Se lo preguntó alarmado, porque el panorama que estaban planteando los periodistas era preocupante y desolador; nada tenía que ver con ese otro, preñado de horizontes  esperanzadores, en el que había estado viviendo antes de su espantosa metamorfosis.

   Al ver que se trataba de C5N, desconfió. ¿No era el canal donde estaba el tipo ese que le mentía a la gente hablando siempre mal del gobierno? Buscando información genuina que ratificara o rectificara lo que estaban diciendo, tomó el control remoto y puso TN. Allí, otro zócalo, igualmente impactante, anunciaba: “CFK cada vez más comprometida”.

   -No, por favor, sacalos a los hijos de puta esos, que quiero desayunar tranquila- lo retó Luján.

   Quique obedeció consternado. Era frustrante corroborarlo una vez más y no poder hacer nada al respecto. ¿Por qué, habiendo prensa independiente y objetiva, los kirchneristas se empeñabam en seguir escuchando sólo lo que querían escuchar?

 

CONTINUARÁ

martes, 13 de septiembre de 2016

DIECISÉIS

    La familia Addams en pleno está reunida en torno a una mesa ataviada con manteles de hilo y candelabros de plata. Morticia y Homero se dispensan arrumacos grandilocuentes, Largo sirve la cena (un choripán por persona), el tío Lucas le hace bromas al Tío Cosa y Dedos corre con gran agilidad entre los platos y las copas, haciendo que Brian y los mellizos se rían a carcajadas. Quique se siente extrañado de estar allí y permanece algo tenso, aunque el clima general de diversión resulta contagioso.  
 
   Imprevistamente, Dedos se duplica. De un momento para otro, son dos las manos que se deslizan alocadas sobre el mantel. Dedos y su flamante doble se dirigen hacia Quique y se le trepan a la cabeza. Al principio, se limitan a hacerle cosquillas en la nuca y las orejas pero, al cabo de un rato, le rodean el cuello y comienzan a apretárselo. Quique protesta pero su queja se pierde en la risotada colectiva que festeja el episodio.
 
    Dedos y su gemelo intensifican la presión sobre la garganta y Quique empieza a asustarse pues le cuesta respirar. Mira preocupado al resto de los presentes pero ninguno de ellos acude en su ayuda. Todos y todas se limitan a seguir riendo, divertidos. A lo lejos, ve a Luján saltando en una tribuna, gritando desaforada, como si fuera la jefa de la barra brava. Ella lo mira pero, indiferente a su sufrimiento, sigue cantando consignas contra el gobierno.
 
   Es en ese momento cuando Quique tiene la revelación: él no es un invitado más a la fiesta; él es la víctima propiciatoria, el objeto del sacrificio humano que esa banda de enfermos pretende ofrecerle a su ruin divinidad.
 
   Imperturbables, Dedos y su otro yo continúan ejecutando su misión. Aterrado, Quique mira a sus dos verdugos y comprende todo. Al borde de la asfixia, junta el poco aire que le queda y, antes de desvanecerse, alcanza a gritar:
 
   -¡Son las manos de Perón! ¡Son las manos de Perón!
 
CONTINUARÁ
 

jueves, 8 de septiembre de 2016

QUINCE

    Fue el último de los cinco en entrar al baño. Quería estar solo y que nadie lo apurara. Venciendo su repulsión, se miró de frente en el espejo. Permaneció un largo rato constatando con minucioso masoquismo la increíble metamorfosis padecida. La imagen que veía era el compendio perfecto de todo lo que siempre había querido mantener lejos de su vida. Era evidente que el destino (o La Cámpora, todavía no estaba seguro) se había ensañado con él. ¿Justo a él tenía que pasarle esto? ¿Justo a él, que hubiese sido capaz de votar a un alienígena con tal de que no volviera a ganar un peronista? ¿Justo a él, que no hubiese tenido problema en acostumbrarse a decir “iwi”, “ilo” y “oala” con tal de erradicar  para siempre la letra K?
 
   Se metió en la ducha y se refregó la cara casi compulsivamente. Lo hizo hasta que se resignó a entender que el jabón no lo libraría de ser negro.

   Salió del baño y fue hacia el dormitorio. Luján se había quedado dormida boca arriba, con la luz encendida y un libro de Jauretche apoyado en su regazo. ¿Y si empezaba a manosearla un poco? Descartó la idea de inmediato; estaba extenuado.

   Apagó la luz y se acostó. Dio unas cuantas vueltas y supo que a pesar del cansancio no lograría dormirse con rapidez. Extrañaba su sommier, su aire acondicionado, la fina fragancia de su dormitorio. No era fácil dormir en verano siendo pobre.

   La frase lo llevó a pensar en aquel mail que lo había enemistado con Eugenio. “En este país conviene ser pobre”, era el título, y el texto -que a él le había encantado- decía algo como: “Si no querés trabajar, el Estado te paga un plan; si nunca aportaste a una Caja, el Estado te regala una jubilación; si no te podés comprar una netbook, el Estado te regala una; si tenés más hijos de los que podés mantener, el Estado te paga para que sigas teniendo más. Y todo, con la guita de los giles que nos rompemos el lomo laburando todos los días”. Le había parecido una genialidad, una pintura precisa y aguda de los males de la Argentina, y por eso lo había reenviado a todos sus contactos. Pero Eugenio, el irrespetuoso de Eugenio -siempre con sus veleidades progre, él- se lo había retrucado enviándole otro mail (no sólo a él, sino a todos los de la lista) que decía algo así como “Si la vida de los pobres te causa tanta envidia, ¿por qué no renunciás a tu vida miserable de clase media y te volvés uno de ellos? Dale, dejá tu casa  en el centro y mudate a un Fonavi suburbano. Renunciá a tu prepaga y mandá a tu familia a hacer cola en el hospital público cuando se enfermen. Dejá de pagar el colegio privado de tus hijos y mandalos a una escuela de la periferia, de esas que quedan en calle de tierra y se inundan cada vez que llueve”. Decepcionado, había barrido a Eugenio de sus contactos y no se habían vuelto a hablar.

   Sofocado a pesar del ventilador de techo, volvió a removerse en la cama. Lamentó no tener a mano su provisión habitual de Dormilán. Ser pobre, al parecer, no era tan cómodo como afirmaba aquel mail que tanto le había gustado.

 

CONTINUARÁ

martes, 6 de septiembre de 2016

CATORCE

   Afortunadamente, la madre de Luján había preparado hamburguesas para sus nietos y ellos dos ligaron un par de rebote (y también afortunadamente, pensó Quique, Juan Domingo no era vegano porque, con el hambre que cargaba, su estómago no habría tolerado la afrenta de una ensalada de rúcula sazonada con brotes de soja).
 
   Apenas llegaron al Fonavi, Luján se bajó del auto y fue directo a ver la moto que supuestamente no había arrancado esa mañana. Gracias a esa iniciativa, él pudo identificar cuál era (una Gilera negra, bastante vieja) sin desnudar frente a la morocha su ignorancia al respecto. “A ver, probala”, lo instó ella y, como era previsible, el motor arrancó sin problema. Quique sobreactuó su perplejidad ante el comportamiento ciclotímico de la moto pero no hacía falta: Luján celebró haber zafado de una indeseable hemorragia presupuestaria a manos del mecánico.
 
   Mientras la mujer se encargaba de hacer que Néstor y Cristina se bañaran, él aprovechó para registrar la heladera en busca de algo para picotear, porque la hamburguesa de su suegra no le había bastado. Lo contrarió descubrir que no había casi nada. Se tuvo que conformar con dos Criollitas. 
 
   Brian se acercó a él y le pidió plata para salir con sus amigos. “No tengo un mango”, arguyó él para negarse, y se sintió aliviado de poder decir una verdad en medio de tanta simulación. El chico protestó y fue a encerrarse en su habitación. “Que se ponga a manguear por la calle”, pensó Quique, y se despreocupó del asunto. Vio sobre el aparador la boleta de luz y la de gas. Leyó los montos a pagar y le parecieron altos. Era un ajuste fuerte, sin duda; pero bueno, eran las consecuencias inevitables de la fiesta K, del despilfarro populista de los últimos 12 años. Había que sincerar la economía.
 
   -¿Me querés decir cómo vamos a pagar eso? –le preguntó Luján, apareciendo de golpe en la cocina.
 
   -Yo no tengo un mango- repitió él, casi por reflejo. Pero la mirada inquisitiva de la morocha le reveló con crudeza que con ella no podría evadir la búsqueda de una solución concreta. Súbitamente, cayó en la cuenta de que haberse transformado en Juan Domingo Villagra no sólo era una condena porque lo privaba de vivir como Quique Rinaldi. Ser Juan Domingo Villagra implicaba, por añadidura, tener que afrontar sus problemas, asumir sus obligaciones, vivir su realidad, hacerse cargo de su vida.
 
   -Capaz que esta noche a Bevilacqua se le aparece la Virgen y mañana te paga lo que te debe- dijo Luján, chorreando sarcasmo.
 
   “¿Bevilacqua?”, se asombró Quique. Era el gerente de la constructora, su jefe directo. ¿Entonces Juan Domingo trabajaba para la misma empresa que él? Estaba al horno. Si a alguien era difícil sacarle un mango -lo sabía perfectamente- era al ingeniero Bevilacqua, un tipo que contrataba empleados a cambio de que le firmaran un pagaré en blanco, un tipo que pregonaba que era imprescindible establecer un cepo salarial para lograr el progreso del país.
 
   Se asustó. Iba a estar bravo pagar la fiesta K siendo Juan Domingo Villagra.  
 
CONTINUARÁ

jueves, 1 de septiembre de 2016

TRECE

   Si la ida le había resultado insoportable, la caminata de vuelta fue peor. Un jovencito de anteojos empezó a darle la lata, lamentándose porque la semana anterior le habían avisado por teléfono que no le renovarían el contrato. Acto seguido, le confesó su angustia porque acababa de ser padre y no sabía cómo iba a afrontar la situación. Mientras Luján y otros manifestantes cercanos desaprobaban con énfasis lo sucedido y se solidarizaban con el flamante desempleado, Quique permaneció sumido en un prudente silencio. Estaba claro que, si pretendía evitar que lo lincharan en la vía pública, debía prescindir de la sinceridad.
 
   Un gordito sudado de remera roja tomó la posta y se despachó contando que lo habían dejado cesante después de trabajar cuatro años en Desarrollo Social. De un momento para otro, varios de los que rodeaban a Quique, incluso Luján, se pusieron por turnos a hacer sus propios aportes a la narración colectiva. El que no había sido recientemente despedido, tenía un familiar o conocido al que acababan de echar. Abrumado por el parloteo circundante, Quique rumiaba fastidio. “¿Qué es esto?’, se preguntó hastiado, “¿una reunión de Ñoquis Anónimos?”. Aquello era tan irritante como mirar “6, 7, 8” o el programa de Víctor Hugo, pero sin poder cambiar de canal. Lo que más lo rebelaba era que todos insistieran en llamarle “empleo” a esas dádivas que el Estado había repartido durante 12 años a cambio de fidelidad electoral. Es cierto, el gordo de remera roja no parecía haber sido un ñoqui, y Luján sonaba sincera al hablar del caso de su primo. Pero seguramente, pensó, debían ser raras excepciones que confirmaban la regla. Una pena, sí, pero la lucha sin cuartel contra la corrupción enquistada en la administración pública ameritaba que hubiera víctimas inocentes, como en toda guerra.

    “¡Dejen de robarnos la guita y vayan a laburar, hijos de puta!”. El grito, proferido desde una 4x4 que los cruzó en una avenida mientras aguardaban que el semáforo les diera paso, levantó una previsible polvareda de insultos. Quique aprovechó la oportunidad para mimetizar su propia bronca acumulada y descargarla a gusto. Gritó mucho. Gritó, tal vez, más que el resto. Gritó furioso, no sólo por lo vivido a lo largo de ese día maldito, sino también por su porvenir inmediato. Porque lo más desesperante de todo era saber que después de llegar a la esquina de la casa del Turco, después de subirse al Renault 12 azul y desvencijado, después de pasar por la casa de la madre de Luján a buscar al pibe chorro y a los mellizos, debería volver derrotado al Fonavi para pasar allí la noche.

    Y, acaso, el resto de su vida.

 
CONTINUARÁ