Afortunadamente,
la madre de Luján había preparado hamburguesas para sus nietos y ellos dos
ligaron un par de rebote (y también afortunadamente, pensó Quique, Juan Domingo
no era vegano porque, con el hambre que cargaba, su estómago no habría tolerado
la afrenta de una ensalada de rúcula sazonada con brotes de soja).
Apenas
llegaron al Fonavi, Luján se bajó del auto y fue directo a ver la moto que
supuestamente no había arrancado esa mañana. Gracias a esa iniciativa, él pudo identificar
cuál era (una Gilera negra, bastante vieja) sin desnudar frente a la morocha su
ignorancia al respecto. “A ver, probala”, lo instó ella y, como era previsible,
el motor arrancó sin problema. Quique sobreactuó su perplejidad ante el
comportamiento ciclotímico de la moto pero no hacía falta: Luján celebró haber
zafado de una indeseable hemorragia presupuestaria a manos del mecánico.
Mientras la
mujer se encargaba de hacer que Néstor y Cristina se bañaran, él aprovechó para
registrar la heladera en busca de algo para picotear, porque la hamburguesa de
su suegra no le había bastado. Lo contrarió descubrir que no había casi nada.
Se tuvo que conformar con dos Criollitas.
Brian se acercó
a él y le pidió plata para salir con sus amigos. “No tengo un mango”, arguyó él
para negarse, y se sintió aliviado de poder decir una verdad en medio de tanta
simulación. El chico protestó y fue a encerrarse en su habitación. “Que se ponga
a manguear por la calle”, pensó Quique, y se despreocupó del asunto. Vio sobre
el aparador la boleta de luz y la de gas. Leyó los montos a pagar y le
parecieron altos. Era un ajuste fuerte, sin duda; pero bueno, eran las
consecuencias inevitables de la
fiesta K , del despilfarro populista de los últimos 12 años.
Había que sincerar la economía.
-¿Me querés
decir cómo vamos a pagar eso? –le preguntó Luján, apareciendo de golpe en la
cocina.
-Yo no
tengo un mango- repitió él, casi por reflejo. Pero la mirada inquisitiva de la
morocha le reveló con crudeza que con ella no podría evadir la búsqueda de una
solución concreta. Súbitamente, cayó en la cuenta de que haberse transformado
en Juan Domingo Villagra no sólo era una condena porque lo privaba de vivir
como Quique Rinaldi. Ser Juan Domingo Villagra implicaba, por añadidura, tener
que afrontar sus problemas, asumir sus obligaciones, vivir su realidad, hacerse
cargo de su vida.
-Capaz que esta
noche a Bevilacqua se le aparece la Virgen y mañana te paga lo que te debe-
dijo Luján, chorreando sarcasmo.
“¿Bevilacqua?”,
se asombró Quique. Era el gerente de la constructora, su jefe directo.
¿Entonces Juan Domingo trabajaba para la misma empresa que él? Estaba al horno.
Si a alguien era difícil sacarle un mango -lo sabía perfectamente- era al
ingeniero Bevilacqua, un tipo que contrataba empleados a cambio de que le
firmaran un pagaré en blanco, un tipo que pregonaba que era imprescindible establecer
un cepo salarial para lograr el progreso del país.
Se asustó.
Iba a estar bravo pagar la fiesta
K siendo Juan Domingo Villagra.
CONTINUARÁ
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