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"La grieta", instalación de la artista colombiana Doris Salcedo.

jueves, 8 de septiembre de 2016

QUINCE

    Fue el último de los cinco en entrar al baño. Quería estar solo y que nadie lo apurara. Venciendo su repulsión, se miró de frente en el espejo. Permaneció un largo rato constatando con minucioso masoquismo la increíble metamorfosis padecida. La imagen que veía era el compendio perfecto de todo lo que siempre había querido mantener lejos de su vida. Era evidente que el destino (o La Cámpora, todavía no estaba seguro) se había ensañado con él. ¿Justo a él tenía que pasarle esto? ¿Justo a él, que hubiese sido capaz de votar a un alienígena con tal de que no volviera a ganar un peronista? ¿Justo a él, que no hubiese tenido problema en acostumbrarse a decir “iwi”, “ilo” y “oala” con tal de erradicar  para siempre la letra K?
 
   Se metió en la ducha y se refregó la cara casi compulsivamente. Lo hizo hasta que se resignó a entender que el jabón no lo libraría de ser negro.

   Salió del baño y fue hacia el dormitorio. Luján se había quedado dormida boca arriba, con la luz encendida y un libro de Jauretche apoyado en su regazo. ¿Y si empezaba a manosearla un poco? Descartó la idea de inmediato; estaba extenuado.

   Apagó la luz y se acostó. Dio unas cuantas vueltas y supo que a pesar del cansancio no lograría dormirse con rapidez. Extrañaba su sommier, su aire acondicionado, la fina fragancia de su dormitorio. No era fácil dormir en verano siendo pobre.

   La frase lo llevó a pensar en aquel mail que lo había enemistado con Eugenio. “En este país conviene ser pobre”, era el título, y el texto -que a él le había encantado- decía algo como: “Si no querés trabajar, el Estado te paga un plan; si nunca aportaste a una Caja, el Estado te regala una jubilación; si no te podés comprar una netbook, el Estado te regala una; si tenés más hijos de los que podés mantener, el Estado te paga para que sigas teniendo más. Y todo, con la guita de los giles que nos rompemos el lomo laburando todos los días”. Le había parecido una genialidad, una pintura precisa y aguda de los males de la Argentina, y por eso lo había reenviado a todos sus contactos. Pero Eugenio, el irrespetuoso de Eugenio -siempre con sus veleidades progre, él- se lo había retrucado enviándole otro mail (no sólo a él, sino a todos los de la lista) que decía algo así como “Si la vida de los pobres te causa tanta envidia, ¿por qué no renunciás a tu vida miserable de clase media y te volvés uno de ellos? Dale, dejá tu casa  en el centro y mudate a un Fonavi suburbano. Renunciá a tu prepaga y mandá a tu familia a hacer cola en el hospital público cuando se enfermen. Dejá de pagar el colegio privado de tus hijos y mandalos a una escuela de la periferia, de esas que quedan en calle de tierra y se inundan cada vez que llueve”. Decepcionado, había barrido a Eugenio de sus contactos y no se habían vuelto a hablar.

   Sofocado a pesar del ventilador de techo, volvió a removerse en la cama. Lamentó no tener a mano su provisión habitual de Dormilán. Ser pobre, al parecer, no era tan cómodo como afirmaba aquel mail que tanto le había gustado.

 

CONTINUARÁ

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