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"La grieta", instalación de la artista colombiana Doris Salcedo.

martes, 27 de septiembre de 2016

VEINTE


   Como un ruido secundario que, en cuestión de segundos, va arrastrando hacia sí la atención general hasta transformarse en el sonido predominante del lugar, un murmullo empezó a crecer por toda la obra, elevándose incluso por encima de las estridencias de la cumbia vomitada a todo volumen por la radio.  “¡Cortamos!”, era el grito repetido, tras el cual llegaba la novedad y sus sucesivas confirmaciones: la empresa no había depositado el dinero prometido y, por lo tanto, se suspendían las tareas en señal de protesta. Permanecerían en la obra hasta que algún referente de la patronal se dignara a aparecer para dar explicaciones.

   Preocupado, el Chino adivinó que, a causa de sus insólitas lagunas mentales, Juan Domingo no estaba entendiendo del todo lo que pasaba. Solidario, se apresuró a explicarle por lo bajo que ese día la constructora tenía que pagarle un retroactivo a todo el personal y, además, pagarle la indemnización a los dos albañiles a los que se les había venido abajo el andamio en la obra del hotel.

   “Zárate y Velázquez”, pensó Quique. ¿Cómo no recordar esos apellidos, si él era el arquitecto que estaba a cargo de la obra? ¿Cómo no recordarlos, si él se había reunido más de una vez con García Sangenis, el abogado de la empresa, para solucionar ese asunto de la manera menos gravosa para los intereses de la constructora y los suyos? ¿Cómo no recordarlos, si García Sangenis y Bevilacqua habían sido los artífices de esta estrategia dilatoria destinada a embarrar la cancha? ¡Y ahora esta manga de imprudentes que lo rodeaba pretendía hacerle una huelga a la empresa! Evidentemente, no sabían con quién se estaban metiendo. Bevilacqua era capaz de echarlos a todos juntos de un plumazo sin que le temblara el pulso. ¡Y los muy tarados venían y se lo contaban a él (¿por qué a él?) como si fuera la gran cosa!

   Incómodo por la situación y por la mirada expectante del Chino, Quique sintió que tenía que decirle algo.

   -¿Pero ustedes están seguros de que esto va a servir de algo? –preguntó pensando en voz alta.

   Como si recién en ese momento comprendiera los reales alcances del mal que aquejaba a su compañero, la cara del Chino se llenó de aflicción.

   -Pero Juan...  -murmuró- el que tuvo la idea de la huelga fuiste vos. ¿Tampoco de eso te acordás?

 

CONTINUARÁ

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