Como un ruido secundario que, en
cuestión de segundos, va arrastrando hacia sí la atención general hasta transformarse
en el sonido predominante del lugar, un murmullo empezó a crecer por toda la
obra, elevándose incluso por encima de las estridencias de la cumbia vomitada a
todo volumen por la radio. “¡Cortamos!”,
era el grito repetido, tras el cual llegaba la novedad y sus sucesivas
confirmaciones: la empresa no había depositado el dinero prometido y, por lo
tanto, se suspendían las tareas en señal de protesta. Permanecerían en la obra
hasta que algún referente de la patronal se dignara a aparecer para dar
explicaciones.
Preocupado, el Chino adivinó que, a
causa de sus insólitas lagunas mentales, Juan Domingo no estaba entendiendo del
todo lo que pasaba. Solidario, se apresuró a explicarle por lo bajo que ese día
la constructora tenía que pagarle un retroactivo a todo el personal y, además, pagarle
la indemnización a los dos albañiles a los que se les había venido abajo el
andamio en la obra del hotel.
“Zárate y Velázquez”, pensó Quique.
¿Cómo no recordar esos apellidos, si él era el arquitecto que estaba a cargo de
la obra? ¿Cómo no recordarlos, si él se había reunido más de una vez con García
Sangenis, el abogado de la empresa, para solucionar ese asunto de la manera
menos gravosa para los intereses de la constructora y los suyos? ¿Cómo no
recordarlos, si García Sangenis y Bevilacqua habían sido los artífices de esta
estrategia dilatoria destinada a embarrar la cancha? ¡Y ahora esta manga de imprudentes
que lo rodeaba pretendía hacerle una huelga a la empresa! Evidentemente, no
sabían con quién se estaban metiendo. Bevilacqua era capaz de echarlos a todos juntos
de un plumazo sin que le temblara el pulso. ¡Y los muy tarados venían y se lo
contaban a él (¿por qué a él?) como si fuera la gran cosa!
Incómodo por la situación y por la
mirada expectante del Chino, Quique sintió que tenía que decirle algo.
-¿Pero ustedes están seguros de que
esto va a servir de algo? –preguntó pensando en voz alta.
Como si recién en ese momento
comprendiera los reales alcances del mal que aquejaba a su compañero, la cara
del Chino se llenó de aflicción.
-Pero Juan... -murmuró- el que tuvo la idea de la huelga
fuiste vos. ¿Tampoco de eso te acordás?
CONTINUARÁ
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